leer y ver
El Brujo Postergado
(adaptado de un cuento medieval)
(adaptado de un cuento medieval)
Paso 2: Lee el siguiente cuento.
Hace muchos años había en Barbosa, un pequeño pueblo de Antioquia, un concejal que quería aprender el arte de la magia. Oyó decir que doña Celia, una bruja de Barranquilla, la sabía más que ninguno, y fue a Barranquilla a buscarla. El día que llegó, fue derecho a la casa de doña Celia y la encontró leyendo en una habitación apartada. Doña Celia lo recibió con bondad y alegría y le dijo que no le contara el motivo de su visita hasta después de comer. Después de que comieron juntos, el concejal le explicó por qué había ido a visitarla y le rogó que le enseñara la ciencia mágica. Doña Celia, que parecía saberlo todo, le dijo que adivinaba que era concejal, hombre de buena posición y buen futuro, y que temía que luego, cuando le fuera muy bien en la vida, se olvidara de ella. El concejal le prometió a doña Celia que jamás se olvidaría de ella ni de su favor, y que estaría siempre a sus órdenes. Entonces doña Celia explicó que la magia solo puede aprenderse en un sitio retirado y tranquilo, y llevó al concejal a la habitación de al lado. En el piso había una compuerta con una gran argolla de hierro. Antes de levantarla, doña Celia dijo que volvería a la cocina a poner unos fríjoles a cocinar para la cena. Fue, volvió, y entre los dos levantaron la argolla. Bajaron durante tanto tiempo por una escalera de piedra que al concejal le pareció que estaban debajo del río Magdalena. El cuarto al que habían llegado era pequeño, pero tenía una biblioteca con miles de libros y un gabinete con instrumentos mágicos y sustancias de todo tipo. Doña Celia sacó un libro y estaba empezando a explicarle al concejal de qué trataba, cuando de repente entraron dos hombres con una carta para el concejal, escrita por su tío, el alcalde de Barbosa, en la que le decía que estaba muy enfermo y que, si quería verlo con vida, no se demorara en volver. Al concejal lo entristecieron mucho estas noticias, en parte por la enfermedad de su tío, pero también por tener que interrumpir sus estudios de magia. Decidió escribir una disculpa para su tío y quedarse aprendiendo magia con doña Celia. Entonces empezó a aprender el arte de la magia, pero a los tres días llegaron unos hombres de luto con otra carta para el concejal, en la que le informaban los otros concejales de Barbosa que su tío había muerto, y que querían que él fuera el próximo alcalde del pueblo. En esa época, el gobernador de Antioquia escogía al alcalde de cada municipio, y en la carta le decían al concejal que iban a recomendar su nombre, pero que no se molestara en volver, pues lo podían elegir en su ausencia. A los diez días vinieron dos de los concejales de Barbosa muy bien vestidos, que se arrojaron a abrazarlo y le dijeron: —Felicitaciones, alcalde. Cuando doña Celia vio esto, le habló con mucha alegría al nuevo alcalde y también lo felicitó. Entonces le dijo: —Ya que tu puesto de concejal queda vacío, a lo mejor podrías ayudar a que uno de mis hijos lo ocupara. —Bueno, eso no estaría mal —dijo el nuevo alcalde—, pero la verdad es que tengo ese puesto reservado para mi hermano, así que tendrá que ser después, usted entenderá. Pero venga, yo le prometí que le devolvería el favor, así que venga conmigo para Barbosa, doña Celia. Se fueron entonces juntos a Barbosa, donde los recibieron con honores. A los seis meses, el alcalde recibió a unos mensajeros del Presidente de la República, que le ofrecía la gobernación de Antioquia, y dejaba en sus manos el nombramiento del nuevo alcalde de Barbosa. Cuando doña Celia supo esto, le dijo al nuevo gobernador: —¡Qué buena noticia! Me parece que ahora sí puedes darle un puesto a mi hijo, ya que puedes escoger al próximo alcalde. —Eso no estaría nada mal —dijo el nuevo gobernador—, pero lo que pasa es que tengo la alcaldía reservada para mi tío, el hermano de mi mamá. Pero venga, yo le dije que le iba a devolver el favor, así que vamos juntos a Medellín, a la gobernación. Fueron juntos a Medellín, donde también los recibieron con honores, esta vez mayores. Pasaron dos años, y entonces llegaron de nuevo mensajeros del Presidente, que esta vez le ofrecía el cargo de ministro, y dejaba en sus manos la elección del nuevo gobernador de Antioquia. Entonces doña Celia le recordó la antigua promesa, y le pidió ese cargo para su hijo. El nuevo gobernador le dijo que había reservado ese cargo para su otro tío, el hermano de su papá, pero que fueran juntos a Bogotá, donde iba a ser ministro. Fueron juntos a Bogotá y pasaron cuatro años. Entonces murió el presidente, y nuestro ministro fue elegido para ocupar el cargo. Cuando doña Celia lo supo, abrazó al nuevo Presidente de la República, y de nuevo le recordó la antigua promesa, diciéndole: —Presidente, ¡qué emoción! Ahora sí que puede darle un cargo de ministro a mi hijo. Esta vez, el nuevo Presidente se molestó y dijo: —¿Cómo se atreve a pedirme eso? Siga insistiendo, y le contaré al país entero que usted es una bruja y que tiene sustancias prohibidas en su casa. Me aseguraré de que termine en la cárcel. —Vaya, veo —dijo doña Celia—. Entonces no lo molestaré más. Me devuelvo a Barranquilla, a mi casa, pero por favor deme algo de comida para el camino. —Váyase ya, bruja, si no quiere que llame a la policía —respondió el presidente. Entonces doña Celia dijo con voz firme y decidida: —Pues tendré que comerme los fríjoles que puse a cocinar para esta noche. Se oyó entonces el pitido de la olla de presión en la que doña Celia había puesto los fríjoles. Al oírlo, el presidente se dio cuenta de que estaba en la habitación subterránea en Barranquilla, y de que no era el Presidente de la República en Bogotá sino solo concejal de Barbosa. Todo había sido una ilusión que doña Celia creó con su magia. Apenas había pasado el tiempo que tardaron en cocinarse los fríjoles. El concejal estaba tan avergonzado de su ingratitud que no sabía ni cómo empezar a disculparse. Doña Celia le dijo que con esa prueba era suficiente y que no podía comer de sus fríjoles, y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y lo despidió con gran cortesía. |